Acto del Día de la Memoria por la Verdad y la Justicia.

Es 24 de Marzo otra vez y son ya 42 las veces que esta fecha no es una fecha vacía.

Para los más jóvenes, esta es quizás, una más de las conmemoraciones que la escuela nos trae cíclicamente todos los otoños;  una cita vaga o fabulosa  a un pasado que se va tornando lejano y ausente, unas palabras doloridas;  una placa con nombres en el patio que, a fuerza de rutinas y recreos, le hemos ido perdiendo lentamente el sentido y ahora la miramos sin ver, con la costumbre amorosa con que miramos un banco, un pizarrón o un aula.

Algunos  pensarán para sí, por qué volver a hablar hoy de todo esto, si la palabra que decimos no puede mitigar el horror;  si la palabra que decimos no puede decir siquiera ese horror; si, en definitiva, la palabra que decimos  acaso perpetúa el horror o lo replica.

Decía Stefan George, poeta de otros horrores : “Ninguna cosa sea donde falte la palabra ” 

Y es desde allí, desde ese lugar de la palabra que nombra, que crea, que saca del olvido, que funda, es que esta mañana quiero decir este 24 de Marzo.

Digo este 24 de Marzo, desde la distancia ilusoria que se crea entre los nombres que están en esta placa y que algunos conocieron, y los nombres delos 30 .0000 desparecidos que están guardados en el corazón amoroso de Dios.

Digo que la distancia  es ilusoria, digo que la distancia es aparente, porque ellos, los nombres que habitaron estas aulas que ahora pisamos, tenían risas, tenían canciones, tenían peleas; tenían, sobre todo, sueños.

Ellos soñaban  y nos soñaban a nosotros, a ustedes y a mi,  que vendríamos después andando en el tiempo, a cosechar lo que sembraban, lo que dolorosamente sembraban.

El mundo que soñaban estaba ya en las aulas, en la biblioteca hecha de antiguas donaciones de docentes, en los servicios que compartían junto a los religiosos marianistas. Ellos, los soñadores, lo sabían y esa fue la tarea de sus vidas.

Esas vidas gastadas, entregadas hasta el final en la escucha de lo que Dios soñaba para ellos, son su mayor legado y la mayor de sus lecciones.

Hoy humildemente, me atrevo a proponerles que tengan la audacia de escuchar, como escucharon ellos, en el silencio del corazón aquello a lo que están llamados, que tengan la audacia de seguir lo que escuchen en esta que es nuestra hora y finalmente la audacia de legar este sueño a otros, cuyos nombres nadie conoce todavía.

Me gustaría pensar este 24 de marzo como una suerte de bisagra, de puerta entreabierta que los incite a pensar, por un momento, en el día, no muy lejano en que estaremos despidiéndolos del colegio.

Me gustaría pensar que ese día algo de lo que hemos compartido esta mañana haya calado hondo; que junto a la profesión elegida lleven la convicción profunda del servicio al otro como la más natural de las actitudes; que  la búsqueda por una sociedad más justa e inclusiva sea una tarea cotidiana; que la defensa de la vida sea siempre el norte que los guie; que sean en fin, hombres y mujeres compasivos a la vez que críticos, que sepan discernir con claridad ante las situaciones de la vida y de los tiempos.

Quisiera, finalmente, terminar estas palabras con este fragmento del poema “Pregunta qué es el agua” de Juan Gelman en el que le habla a su hijo desaparecido.

Olvido, olvido

Un largo camino puro hacia el olvido. 

Una joven memoria del olvido.

Una lágrima sola mirando y olvidando lo que somos.

 Lo que olvidó, lo que  olvidó la muerte. 

Hasta que la dijiste. 

Qué podrá ser ahora que tu temblor es dentro de ella.

 

María Laura Martínez, profesora del Nivel Secundario.

 

> Imágenes del acto en el Nivel Secundario.

 

 

 

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